The Stress of Life

Escrito por Baltasar F. R.

Hacemos honor al título del libro pionero de Selye, publicado en 1956, aunque trataremos de entender el concepto a nuestro modo. Los físicos y los ingenieros llaman stress a la presión que se ejerce, por ejemplo, sobre un objeto metálico, para estimar su grado de elasticidad. Si se aplica una fuerza sostenida sobre un punto del material (por ejemplo, una plancha o una barra de hierro), sabemos empíricamente que el objeto resiste este empuje exterior durante un cierto tiempo, en función de sus calidades, antes de que se deforme, y después se quiebre, sin posibilidad de recuperar su forma originaria. De esta manera se calcula experimentalmente la elasticidad del material, definida mediante un índice de stress, es decir, de resistencia ante una fuerza externa sostenida, y así los ingenieros o los arquitectos pueden saber cuánto peso sostendrá una viga sin deformarse, o qué temperaturas sufrirán las piezas de un motor antes de fundirse. Bien entendido, pues, el estrés habla de dos cuestiones: la fuerza o presión externa que soporta el material, y la fuerza o resistencia que puede éste oponerle sin llegar al punto sin retorno de la deformación y la ruptura.

¿Qué aplicación tiene esta idea sobre el caso humano? En primer lugar, habría que identificar a qué nos referimos con las “presiones” externas; después, qué “material” específico de lo humano está recibiendo la presión (podría ser un asunto de fisiología del sistema nervioso, o endocrino, o de la serenidad del espíritu, o un asunto moral relacionado con el modo de enfrentar las situaciones cotidianas, etc.); finalmente, de qué “fuerzas” o calidades dispone el dicho “material” para oponer resistencia a las “presiones” exteriores. Evidentemente, todo el planteamiento es metafórico, pues concebir a la persona como un material que se deforma ante la aplicación de una fuerza exterior, es una simplificación que se aviene mal con la complejidad y peculiaridad de los asuntos humanos. Todo ello genera más confusión que otra cosa, y se presta a que cualquier aspecto que describa la situación vital del individuo, así como su modo de convivir o de adaptarse (es decir, de hacerse apto a ella), pueda pretender ser comprendido a partir de la metáfora. En términos mundanos, puede resultar de interés hablar de las presiones ambientales y de las capacidades prácticas de afrontamiento que pone en juego el individuo para escapar o solventar las presiones (el fight or flight de los etólogos, el coping de Lazarus), pero sólo si no nos ponemos exigentes con la adecuación conceptual. De otro modo, si pensamos los términos en su significado, la metáfora se revela como una conceptualización torpe e insuficiente, que no nos aporta sino una pseudoexplicación simplona de la realidad humana. Pensemos, por ejemplo, en qué consistiría la ruptura o la deformación del material humano ante la insistencia de ciertas presiones externas. ¿Diríamos que el individuo se vuelve loco, que se deprime, se hunde, que entra en una espiral irracional de la que no sabe cómo salir? Se aprecia con facilidad la enorme ambigüedad de estos términos, cada uno de los cuales merecería una reflexión teórica propia, siempre discutible, y ahí están para demostrarlo las muchas escuelas teóricas que trata de comprender estos u otros parecidos, sin que ninguna, o casi, ofrezca términos bien escogidos y con la elaboración conceptual suficiente.

Pensémoslo nosotros en los términos naturales de la lengua vulgar cotidiana. Por ejemplo, mi trabajo me “exige” un nivel de rendimiento para el que no estoy capacitado, o que no sé cómo resolver, o que me resultaría imposible de resolver aun teniendo las mejores capacidades. Yo entiendo la situación como una exigencia injusta, pues su resolución es imposible, y se me pide lo que no puedo dar, o tan costosa que no justifica el esfuerzo a invertir en ella (aunque también puedo entenderla como un desafío de difícil resolución, que me llevará a mejorar mis habilidades, o que abrirá para mí oportunidades de promoción imposibles de conseguir por otros medios). Como consecuencia, mi situación laboral es un continuo sinvivir, siempre sujeto a la amenaza de la censura, de la crítica personal o, en el extremo, del despido. ¿Cuánto tiempo podré soportarlo, y qué consecuencias tendrá para mi vida semejante esfuerzo? Para entenderlo, pensemos en el caso extremo del llamado estrés postraumático, en el cual se pierde la virtud reparadora del sueño, la persona vive en una preocupación incesante, rememorando obsesivamente las terribles situaciones vividas, preso de un temor irracional que le impide afrontar su vida actual con la serenidad e inteligencia necesarias. O pensemos sencillamente en las veces que la vida nos ha puesto en situaciones tan difíciles, que hemos comprendido el significado de la desesperación.

Lo interesante de los ejemplos de este último párrafo es que, pensada en términos sencillos, la idea se vuelve comprensible sin necesidad de acudir a la metafórica de la elasticidad del metal estresado, que quedaría como una ejemplificación (un adorno retórico), más que como una verdadera elaboración conceptual del tema. Podríamos decir que la dureza de la vida me pone a prueba, y no sé si seré capaz de estar a la altura, o quizá sí. Y también que, en la vivencia del fracaso, quizá deje de confiar en mis propias fuerzas, me juzgue incapaz, o rechace nuevos desafíos futuros por temor a un fracaso similar, del mismo modo que la vivencia del éxito pueda servirme como acicate para emprender nuevos y ambiciosos proyectos, y me lleve a ganar confianza en mis fuerzas y habilidades, así como a experimentar un sano sentimiento de orgullo personal.

Si aún queremos abstraer de los ejemplos conceptos más elaborados, tendríamos que convenir que estamos hablando, pura y llanamente, del sufrimiento humano, que tradicionalmente hemos denominado “padecer”. La palabra padecer deriva de la antigua voz griega pathos, de donde nuestro término patología (la enfermedad, el sufrimiento de un mal). Padecer es un verbo que exige un complemento objetivo directo: se padece algo, y este algo es una condición objetiva del mundo, algo real (incluso en el caso extremo de un padecer delirios o fantasías obsesivas, se trataría de delirios y fantasías reales y objetivas que la persona interiormente experimenta como tales). Esto nos lleva a definir el concepto de “condiciones páticas” (las condiciones que sufrimos o padecemos, idea que la teoría de Lazarus apunta como “estresores ambientales”), es decir, una forma de atender al entorno cotidiano del individuo, incidiendo especialmente en aquellos aspectos de su realidad objetiva que experimenta existencialmente como sufrimiento. Comprender externamente las condiciones páticas en las que vive una persona diferente a nosotros, y así poder “sentirlas”, como si fueran propias, es lo que nos llevaría a los conceptos de compasión y empatía, términos ambos que incluyen la idea del padecimiento (pathos) en su raíz. Por esta vía, como vemos, el sufrimiento de las exigencias del mundo sugiere otros conceptos valiosos para formar una teoría general de la experiencia de la enfermedad.

Si Selye se interesó por los trastornos endocrinos que la situación de riesgo de muerte procuraba en ratas, perros, y otros animales experimentales, Lazarus psicologizó el concepto del stress of life, buscando el modo de comprender cómo las personas afrontan las situaciones “amenazantes” de su vida, qué habilidades y opciones ponen en juego, y qué consecuencias se derivan del éxito o del fracaso en el intento de resolverlas. Para ello, dio un peso capital a la valoración que la persona realiza de dichas situaciones: en inglés, appraisal (es decir, el juicio racional de la situación, con el que se estimanappraise ‘apreciar, poner tasa, estimar’– las fuerzas y los riesgos). Estos párrafos que dejo escritos no nos alejan de las ideas de Lazarus, sino que evitan que la conceptualización se quede en la superficie de los conceptos metafóricos (que no los hipostasiemos como si fueran realidades humanas tangibles y registrables científicamente), y nos permiten explicar la cuestión en términos significativos y comprensibles para cualquier persona que tenga interés o que se pregunte por ellos, bien sea por razones teóricas, o porque vivan de algún modo su vida desde la experiencia del sufrimiento. Hay mucho más que añadir, por supuesto, y el libro de Lazarus y Folkman (Stress, appraisal, and coping, 1966) abunda en detalles que aquí no tratamos. También ellos dedican su libro a intentar introducir comprensión en la psicología de las situaciones amenazantes de la vida. No les contradecimos. Lo único que hacemos es intentar explicar estas ideas en un lenguaje sencillo, para que también nosotros ganemos una comprensión sencilla del tema.


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