La autoestima en la historia de la Psicología

Introducción

El estudio de la autoestima ha sido y es un aspecto esencial de la psicología, en especial de la psicología clínica. A pesar de haber sido comprendida de infinidad de maneras diferentes a lo largo de la historia, su estudio ha dado lugar a algunas de las teorías psicopatológicas y de la conducta humana más interesantes y relevantes tanto histórica como fenomenológicamente.

En Antares Psicología damos una importancia muy grande a la manera en que las personas responden ante sí mismas y cómo se relacionan con los demás, puesto que es una frecuente fuente de sufrimiento. Por ello, en esta ocasión, hemos estimado necesario ampliar el contenido de nuestro primer post sobre autoestima y resaltar cómo no somos los únicos que hemos dado importancia al término, sino que desde el siglo pasado ha acompañado a los psicólogos en el quehacer terapéutico.

Historia

Su historia se inicia con William James en 1890, con la obra Los Principios de la Psicología. En esta obra, el profesor James estudió la conciencia de uno mismo como todo aquello que puede ser denominado como “yo”. Del desdoblamiento del “yo-global” en un “yo-conocedor” y un “yo-conocido” surgiría el concepto de autoestima. Propone una fórmula según la cual la autoestima sería el resultado de dividir el éxito entre las pretensiones. Para tener mayor autoestima uno simplemente tendría que aumentar su éxito o bajar sus pretensiones.

Un tiempo después, Alfred Adler, en 1912, desplegó toda una teoría que él denominó Psicología Individual, encargada del estudio de la psique humana. En este estudio toma su propia experiencia de niño enfermizo y con un gran número de problemas físicos como ejemplo y argumento de la formación de las neurosis. En su estudio sobre la inferioridad de los órganos (1917) llega a la consideración de que existe una compensación por el sistema nervioso central de la inferioridad de los órganos, entendida esta como características orgánicas que nos hacen menos aptos que los demás, si las padeciéramos.

Algo después, argumenta que esta compensación es más bien mental que física, llegando a lo que luego denominaría específicamente el sentimiento general de inferioridad y la sobrecompensación como mecanismo de superarlo. El sentimiento de inferioridad sería una consecuencia de una atmósfera de inseguridad en la infancia sumada a la presión de una constitución inferior o débil. El desarraigo en la infancia, las burlas, las comparaciones, el sufrimiento y los rechazos provocaría la formación del mencionado sentimiento de inferioridad y este estaría generalizado en todos los individuos, en tanto que todos los individuos atravesamos por estas circunstancias en algún momento de nuestra vida. Los individuos aprenderían que son menos valiosos que los demás, producto de la comparación con los otros, sea ésta consciente o inconsciente y sufrirían por ello. La lucha por la superioridad estaría condicionada por dicha debilidad, lo que mantendría a las personas en un esfuerzo constante por superarla, encontrando la forma de sobresalir y ser reconocidos.

Si este sentimiento de inferioridad fuese “anómalo”, se le llamaría complejo de inferioridad, puesto que para Adler lo relevante del sentimiento de inferioridad radica en su grado y expresión. Para Adler, el pasado siempre representaría una situación de inferioridad o de deficiencia y el futuro un intento de superación de dicho estado, proponiendo por esto un complementario al complejo de inferioridad denominado complejo de superioridad. Para Adler (1927), este sería la expresión de un fin teleológico de superación de la inferioridad a la que todos estamos sometidos. Aunque no llega a definir la autoestima como tal, ni a trabajar con dicho concepto, construye toda una teoría en la que el valor del individuo es la piedra angular de su funcionamiento individual en sociedad.

Otro psicoanalista de la época, Harry Stack Sullivan (1962), desarrolla la idea del autosistema (self-system) como una forma de explicar la esquizofrenia basándose en las interacciones sociales o las relaciones con los demás y rehuyendo de las explicaciones biologicistas propias de la época, al igual que hiciera Adler antes que él. El autosistema es una configuración de rasgos de la personalidad desarrollados en la infancia para evitar la ansiedad y las amenazas a la autoestima. Es un sistema-guía respecto a relaciones yo-tú, llamadas por Sullivan “integraciones paratáxicas”. La manera en que esas relaciones se construyen puede tornarse rígidas y determinar los patrones de pensamiento del adulto, limitando así cómo responde a su alrededor, cómo se ve a sí mismo y sus propias acciones. Las consecuentes inadecuaciones de juicio se llaman “distorsiones paratáxicas”, algo similar a las distorsiones cognitivas que, unos años después, expondrían Aaron y Judith Beck.

Abraham Maslow, creador de la Psicología Humanista y alumno de Adler, en 1943, prosigue con las enseñanzas de su mentor y comienza a teorizar sobre la personalidad de las personas psicológicamente sanas. Maslow estaba interesado en descubrir cuál era el potencial humano, puesto que no consideraba que las personas fuéramos simplemente un tipo más de animal para los cuales cubrir las necesidades de supervivencia fuera lo único necesario. Contrariamente, las personas tendrían su propia naturaleza interior y una gran motivación a expresarla, requiriendo para ello la cobertura de otras necesidades más complejas como las de ser aceptado, tener éxito y un mayor estatus, a través de las cuales se alcanzaría la autorrealización.

Maslow, entonces, de forma similar a Adler, le daba un papel central al valor que cada persona ostentaba como pilar fundamental de su bienestar psicológico. Mientras que para Adler el fin último era el de superación de la inferioridad, para Maslow el fin último es la autorrealización, solo alcanzable mediante el paso por una jerarquía en la cual, en los puestos más altos figuran el ser querido y tener éxito como necesidades singularmente humanas (Maslow, 1983).

En 1951, Carl Rogers, máximo exponente de la psicología humanista, propondría una nueva teoría terapéutica denominada Psicoterapia Centrada en el Cliente que estaría fundamentada en la aceptación incondicional y positiva del cliente, la empatía y la autenticidad. Rogers define específicamente la autoestima como “un conjunto organizado y cambiante de percepciones que se refieren al sujeto, lo que el sujeto reconoce como descriptivo de sí y que él percibe como datos de identidad” (1967, p. 34). Para Rogers y de manera similar a Maslow y Adler, existe una tendencia innata a la actualización, al desarrollo progresivo y la superación, tendencia que se habría de aprovechar para facilitar la capacidad de crecimiento (Vásquez, 2010). Paralelamente, en el fundamento de los problemas psicológicos estaría el hecho de que las personas que los padecen se desprecian y se consideran seres sin valor, inmerecedores del amor de los demás, aunque estas impresiones hacia uno mismo sean susceptibles de ser cambiadas (Rogers, 1951).

Posteriormente, Rosenberg (1965a), definió la autoestima como “la actitud positiva o negativa hacia un objeto en particular: el sí mismo” (p. 39). Si bien más general, es una definición a partir de la cual elaboró uno de los instrumentos más empleados en la actualidad para la evaluación del constructo autoestima global (Rosenberg, 1965b).

Burns en 1982 pone de manifiesto que, en un contexto académico, los estudiantes que menos rendimiento tienen en clase es más probable que tengan a su vez una baja autoestima. Como es habitual, la relación entre estas variables no está clara. ¿Es la baja autoestima la que tiene un efecto sobre el desempeño o es el bajo desempeño el que tiene un efecto sobre la autoestima? Burns considera que, mientras que el éxito académico hace aumentar la autoestima (o la mantiene), es la autoestima la que influye en el desempeño a través de ciertas expectativas, estándares o motivaciones.

Bloomfield y Felder elaboran en 1986 una estrategia psicoterapéutica basada en encontrar lo que estos autores denominan el Talón de Aquiles con el objetivo de mejorar, a través de la psicoterapia, las relaciones íntimas, el trabajo y la realización personal. Estos autores toman como términos equivalentes al Talón de Aquiles la debilidad, inseguridad o vulnerabilidad, siendo este elemento el que crea constantes problemas en la vida de los individuos. Argumentan que el Talón de Aquiles es, en esencia, una parte de nosotros mismos que representa nuestra mayor desventaja para con el resto de personas y el mayor desafío de nuestra personalidad. De aceptar su existencia, este podría convertirse en una parte esencial de la propia humanidad, pero argumentan que lo común es resistirse a él, constituyendo así un verdadero síndrome clínico.

Poco después, Robson en 1989, define la autoestima como “un sentimiento de satisfacción y autoaceptación que resulta de la evaluación de un individuo de su propio valor, atractivo, competencia y habilidad para satisfacer sus aspiraciones” (p. 3). En ese mismo año, Skager y Kerst, definen la autoestima como “la experiencia del propio valor personal” (1989, p. 249).

Judith Beck en 1995, continúa esta tendencia presentando la influencia de la autoestima en la conducta bajo el nombre de las creencias centrales negativas y menciona que algunas de estas creencias centrales específicas serían “no valgo nada” o “nadie me ama” (p. 166), categorizadas en las tipologías de desamparo y de incapacidad para ser amado. Estas creencias se formarían desde la infancia a través de las interacciones con iguales y personas significativas en diferentes situaciones. Beck menciona que lo habitual es que las personas mantengan unas creencias positivas y que las verdaderamente negativas aparecerían en periodos de estrés psicológico.

En ese mismo año, Leary et al. (1995) proponen la teoría del “sociómetro”, situando a la autoestima como la “aguja” de un “medidor social” que indica el estado de las relaciones interpersonales del individuo con el objetivo de señalar las amenazas del bienestar evaluando las relaciones en términos de apreciación relacional. Si el individuo no es apreciado, el “medidor” destaca estas amenazas produciendo un malestar motivador al restablecimiento de la autoestima y, por ende, de sus relaciones sociales.

Young et al. (2003) proponen la terapia de esquemas como ampliación de la teoría cognitivo-conductual de Beck. Esta terapia combina elementos de las escuelas cognitivas, del apego, gestalt, constructivistas y psicoanalíticas presentando la idea de que las personas adquieren esquemas desadaptativos por necesidades emocionales centrales insatisfechas en la infancia. Estos esquemas desadaptativos son los vínculos seguros, la autonomía y la competencia, la libertad para expresar necesidades y emociones, la espontaneidad, el juego, los límites realistas y el autocontrol. Los problemas psicológicos propios de la adultez estarían derivados por la adquisición de esquemas inadecuados por experiencias traumáticas de rechazo y desarraigo en la infancia.

Un tiempo después, Albert Ellis, terapeuta cognitivo y creador de la Terapia Racional Emotiva Conductual (TREC), publica El mito de la autoestima en 2005. Este libro se remonta a una idea que tuvo en 1937 y en él expone que las personas nos preocupamos, padecemos ansiedad y depresión, entre otras cosas porque nos decimos a nosotros mismos que necesitamos que nos amen. Ellis argumenta que, en realidad, ser amado no es algo esencial o necesario, sino que tan solo lo ansiamos. Argumenta que, a pesar de quererlo, podemos prescindir de él puesto que lo único necesario es la aceptación de uno mismo sin que esta autoaceptación esté condicionada por cómo nos tratan los demás. Al amor se añade el éxito y el sexo: tan solo son cosas que queremos, pero no las necesitamos para ser valiosos.

Luis Rojas, en 2007 define la autoestima como el “sentimiento, placentero de afecto o desagradable de repulsa, que acompaña a la valoración global que hacemos de nosotros mismos” (p. 22). Argumenta que esta autovaloración intelectual y afectiva se basa en nuestra percepción más o menos negativa, de las diversas partes de nuestra persona y de nuestra vida que seleccionamos porque las consideramos relevantes según nuestras prioridades.

Por otra parte, las teorías basadas en el apego explican algunas de las conductas desadaptativas de los niños en función de los denominados modelos internos de relaciones interpersonales. Los modelos internos son representaciones cognitivas de la medida en que se puede confiar en los demás como fuente de apego y afecto (Palacios y Amoros, 2004). Estos autores defienden también que las experiencias tempranas que involucran a otras personas (particularmente los adultos cuando uno es pequeño) tienen mucho peso en la formación posterior de relaciones de confianza. Las repetidas experiencias en las que se trunca la confianza y la ilusión provocarían incapacidad de establecer relaciones estables y duraderas.

En la actualidad tenemos una definición funcional por parte de María Xesús Froxán y colaboradores (2020). Estos autores definen la autoestima como “un conjunto de verbalizaciones con las que uno se describe a sí mismo y que elicitan una serie de emociones que, a su vez, discriminan o pueden discriminar una serie de respuestas operantes de las que se anticipa un reforzador” (p. 190). Las verbalizaciones con las que uno se describe consisten en “relacionar la morfología corporal y la conducta con una serie de adjetivos calificativos condicionados como apetitivos o aversivos” (p. 190). Los autores lo resumen en que la autoestima consiste en un “repertorio verbal autorreferencial moldeado por la experiencia de la persona” (p. 190).

En el caso de la alta autoestima esta sería la “conducta verbal que describe la existencia de una relación entre el propio repertorio comportamental y/o la propia morfología corporal y una exposición frecuente a EC/EI apetitivos” (p. 190). Estas verbalizaciones podrían evocar conductas de aproximación a dichos estímulos (i.e, actuarían como Ed). Por el contrario, la baja autoestima sería la “conducta verbal que describe la existencia de una relación entre el propio repertorio comportamental y/o la propia morfología corporal y una exposición frecuente a EC/EI [aversivos], así como la privación de EC/EI [apetitivos]” (p. 191). Estas verbalizaciones podrían actuar como EΔ al anticipar consecuencias aversivas. (Las palabras entre corchetes son correcciones nuestras puesto que en el texto se emplean indistintamente los términos positivo/negativo como sinónimos de apetitivo/aversivo).

A pesar de las diferentes concepciones y definiciones, son también muchos los estudios que han relacionado la autoestima con diferentes trastornos y problemas psicológicos. Algunos de estos estudios son, por ejemplo, Rosenberg (1965) quien lleva a cabo un estudio con más de 5000 adolescentes y relaciona la autoestima con cuadros depresivos y de ansiedad. Ghaderi y Scott, en 2001, quienes reportan que la prevalencia de mujeres diagnosticadas de trastornos de la conducta alimentaria es mayor en aquellos grupos con menor autoconcepto (medido con el Self-Concept Questionnaire). Baños y Guillén, en 2000, relacionan la autoestima global (medida con la Escala de Autoestima de Rosenberg) con la fobia social en población española adulta. Estas autoras obtienen diferencias significativas en la medida de autoestima en el grupo control y el grupo fóbico, siendo la medida de este último significativamente menor. De igual modo, recomiendan la inclusión en protocolos de evaluación de fobia social de esta prueba con el objetivo de realizar mejores evaluaciones pues “la autoestima parece ser menor en fóbicos sociales que en personas no diagnosticadas” (p. 5). Wells y Marwell, en 1976, relacionan la autoestima con el estrés. DeNeve y Cooper, en 1998, la relacionan con el bienestar general subjetivo, argumentando que este está en parte sujeto a algunas características de la personalidad, especialmente a la autoatribución. Del mismo modo, factores focalizados en la mejoría de las relaciones personales y el éxito en contextos de consecución de metas tienen efecto sobre él. Skager y Kerst en 1989 ponen en relación la baja autoestima con el consumo patológico de alcohol.

En un metaanálisis de los autores Sowislo y Orth de 2013 se afirma que la baja autoestima es un predictor de la depresión y que es un predictor de la ansiedad del mismo modo que la ansiedad es un predictor de la baja autoestima. Se menciona que, de demostrarse consistentemente este efecto sobre la psicopatología, aquellas intervenciones enfocadas a mejorar la autoestima podrían reducir eficazmente el riesgo de depresión.

A pesar de haberse dado a entender que la relación con la psicopatología es notable, pensamos que esta es una dilatada área de estudio de la psicología que no debe limitarse ni quedar explicada solo mediante los problemas de autoestima, autoconcepto o identidad pero que, no obstante, puede ser en gran medida. Para esto, es menester realizar una correcta conceptualización en términos operacionales de la misma que se preste a la realización posterior de un análisis funcional de la conducta de los clientes.

Creo que tengo problemas de autoestima, ¿podéis ayudarme?

Sí, podemos trabajar contigo tus problemas de autoestima entre otros. Ha quedado de manifiesto la importancia de la autoestima y sabemos cómo puede afectar a la vida de las personas y su relevancia. Por esto todos nosotros podremos ayudarte con problemas relacionados con tu autoestima. Además, sabemos que la autoestima suele estar afectada en otros problemas psicológicos como en la ansiedad, el estrés o la depresión. Si sientes que tienes problemas de este tipo no dudes en contactarnos.

Referencias

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Adler, A. (1917). Nervous and mental disease monograph series. Study of organ inferiority and its psychical compensation. Nervous and Mental Disease Publishing Co.

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