El estrés, ¿amigo o enemigo?

¿Qué es el estrés?

Es algo muy común que cuando pensemos en el estrés nos vengan imágenes como la de arriba. Sentir desesperación, cansancio, impaciencia, tener mucho trabajo, estar en situaciones que no queremos…

Sin embargo, nada más lejos de la realidad, el estrés es probablemente uno de los mecanismos adaptativos que más nos ha ayudado a lo largo de la historia. En nuestros comienzos, nos permitió cazar, proteger a nuestras crías, buscar cobijos… Hasta hoy, momento en el que nos ayuda a cosas tan diversas como no llegar tarde al trabajo, que nos hagamos revisiones médicas periódicas o que reservemos algo que queremos comprar antes de su salida «por si acaso».

Vale, pero… ¿Cómo funciona?

El funcionamiento básico del estrés es la movilización de energía en situaciones de amenaza ya sea para huir, luchar o aguantar. Esta movilización se basa en la activación de ciertos sistemas fisiológicos como el ritmo cardiaco, la hiperventilación, el aumento de tono muscular, etc. y la inhibición de otros sistemas como el reproductivo (que se encuentra en la base de muchos problemas sexuales), la digestión o el sistema inmunitario. Este último es especialmente importante, pues una disminución de energía en el sistema inmunitario implica una mayor probabilidad de muchas patologías orgánicas. Sin embargo, esto no implica que el resto de los sistemas no puedan desarrollar problemas por el estrés continuado (por ejemplo, hipertensión o diabetes).

¿Qué hace que nos estresemos?

Conociendo lo anterior podemos preguntarnos: ¿Ante qué se dan las respuestas de estrés?

Pues ante lo obvio, los estresores, que pueden ser:

  • Físicos: Estar a 40º en un agosto de Sevilla.
  • Psicológicos: Pensar en lo mal que lo pasas con esos 40º a pesar de que estás en diciembre.
  • Sociales: Quedarte solo en verano porque tus amigos se van de vacaciones para no tener que vivir ese calor.

Centrándonos en los psicológicos y sociales, los estresores serán diferentes para cada persona y serán evaluados de formas distintas. Por ejemplo, un examen puede tener mucha importancia y generar mucho estrés para una persona mientras que para otra puede resultar como un mero trámite más. Esto vendrá determinado por muchos factores, entre ellos la historia de aprendizaje con respecto a dichos estresores. Así, la clave de una forma u otra será en gran medida como percibimos el estímulo y no tanto en el estímulo como tal.

Hay que recordar que los estresores no necesariamente son negativos, sino que encontramos de todos los tipos. Al ser respuestas de adecuación fisiológica para la adaptación ambiental en un momento dado y ante un estímulo concreto, podemos encontrar situaciones positivas que requieren de esta adaptación. Por ejemplo, comprar una vivienda puede ser beneficioso e incluso un objetivo vital, sin embargo, es una situación que puede resultar agobiante y que requiera un gran esfuerzo.

Tipos de estresores

En cuanto a los tipos de estresores, suelen ser principalmente tres:

  1. Sucesos vitales intensos y extraordinarios: Se dan ante cambios significativos intensos y poco frecuentes en la vida de la persona, como puede ser la muerte de un ser querido.
  2. Sucesos diarios estresantes de menor intensidad: Es el “estrés cotidiano”, que se presenta como episodios de baja intensidad, pero alta frecuencia. A pesar de que a priori podemos pensar que es el menos problemático, suelen resultar más problemáticos por su frecuencia que los extraordinarios. Por ejemplo, eventos como llegar tarde al trabajo por retrasos en el transporte público, olvidar el paraguas un día de lluvia o discutir con algún familiar pueden ser sucesos de este tipo.
  3. Situaciones de tensión crónica mantenida o «estrés crónico mantenido»: En este caso, probablemente la peor, hay una situación intensa de estrés que se mantiene por largos periodos de tiempo. Este tipo de situaciones suelen tener efectos muy perjudiciales para la salud a largo plazo, llevando a situaciones de vulnerabilidad fisiológica. Un ejemplo reciente podría ser el confinamiento durante la pandemia del COVID-19.

¿Puede empeorar la situación?

En cuanto a qué hace que una situación sea más o menos estresante, podemos encontrar el cambio y/o novedad de la situación, la impredecibilidad, la incertidumbre y la incontrolabilidad, así como nuestra historia con situaciones parecidas, la cual puede condicionar estos estímulos aumentando o disminuyendo su valor como estresores.

¿Podemos protegernos de sus efectos negativos?

Totalmente. A pesar de que el estrés es algo tan común en nuestras vidas, podemos protegernos de sus efectos negativos. Los principales factores protectores son el apoyo social, ciertos patrones de comportamiento (como alimentarse de forma saludable, dormir bien, practicar deportes, llevar a cabo actividades que disfrutes, etc.) y diferentes variables personales que pueden ir desde el tener un nivel socioeconómico determinado (cuanto menor nivel menos posibilidades de ocio, de deporte, de ayuda profesional, mayor número de horas de trabajo en trabajos muy demandantes, …) hasta la tolerancia al estrés, el sentido del humor, la motivación social, etc.

También podemos encontrar factores biológicos que nos predisponen a vivir el estrés de una forma u otra. Algunos de estos factores pueden ser el tipo de constitución, los umbrales sensoriales y la secreción hormonal entre otros.

Por supuesto, la relación con los estresores es susceptible de modificación, siendo algo perfectamente trabajable y mejorable en el caso de que te resulte problemático, algo que abordaremos en futuras entradas.

Además, desde Antares Psicología podemos ayudarte si tienes problemas de estrés y no eres capaz de solucionarlos por ti mismo. ¡Contáctanos para concertar una primera cita!

Referencias

Peralta, M. I. (2019). Un villano llamado estrés: Cómo impacta en nuestra salud. Ediciones Pirámide.

Pulido, D. (2016). ¿Nos estamos volviendo locos? Paidós.


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